María Belén Milla
El panal
He recogido un panal y lo he llamado padre.
Es un tártano sin miel ni bulla, un haba clausurada que nunca rueda hacia mí.
Arriba cuelga solo de una rama altiva con costra blanca.
Desde abajo yo le ladro por un aguijón.
Intento llamar a las abejas a que vengan, que hay mucho trabajo, que hay suficiente espacio, pero ya nadie puede pagar un puesto en tu panal.
Así me duele el desierto de esta casa: voy cortando sola mis esfinges bulleras, bulímicas, sin una sola tragedia.
Si voltearas a mirar el reverso de tu cáscara, me encontrarías.
¡Yo cambio todo por un ruido, por un sobresalto en las raíces del molle que te alza!
Solo me espera el mismo vaso de agua en la escalera.
Pero a ti, padre, te recibe hoy la valentía de una cebolla sobre tu cama rodeada de infinita sal.
A mi madre, que duerme
Te has dormido con un pacto de quietud similar al de nuestras plantas en casa.
Una fila de hormigas recolecta en tu cauce alimento para el invierno: algunas migas de nuestro desayuno son alzadas en sus lomos sufrientes, mientras bordean con cautela tus pies enlazados.
Las religiones responden a los misterios de la existencia.
Para ellas, tus manos contienen el secreto fluir del agua y las intrigas de los asuntos químicos.
No falta la audacia de alguna que se aventure en la vasta superficie de lana que te abriga.
Ahora se han puesto al corriente: millones de hormigas en romería reconocen en ti un monumento sagrado y montañoso.
Madre, tú que tan lejos sueñas, eres venerada en este instante.
Comentarios
Publicar un comentario