UN PINTOR LLAMADO SÉRVULO GUTIÉRREZ
por Raúl Aguilar G.
Sérvulo Gutiérrez (1914-1961) es una personalidad y un personaje clave de la plástica peruana. Pintor genial que dejó para la posteridad una obra realmente importante, con énfasis en su periodo expresionista.
Gutiérrez nació en Ica el 20 de febrero y tuvo un modo de ser inquieto y pasional. Fue restaurador de obras de arte, boxeador y campeón amateur, elaborador de cerámica, viajero, escultor, pintor, gran amante, improvisador pictórico, bohemio, bebedor impenitente. Básicamente un gran artista, de aquellos que funden su vida con el arte y no se sabe dónde inicia una y dónde finaliza la otra, pues son indesligablemente una unidad.
Cambia la vida de Sérvulo al fallecer su madre, tiene 9 años y viaja a Lima (1923) y se instala en la casa taller de su hermano en el Rímac, donde aprende el oficio de restaurador de obras de arte y se relaciona con el dibujo, escultura y la cerámica. Ya en 1932 realiza trabajos en porcelana, restauración de pintura europea y virreinal, también produce réplicas de cerámica preinca.
En 1936, obtiene el Campeonato Nacional de boxeo amateur y viaja a Buenos Aires como miembro de la delegación peruana que participa en el Campeonato Sudamericano de box, en el que triunfa.
Aprovecha su estancia y visita galerías y museos, los mismos que lo incentivan a dedicarse al arte. Dos años después viaja a París. Allí conoce a los pintores Alejandro Gonzáles Trujillo y Apurimak, y a los escritores César Vallejo y Juan Ríos. Gutiérrez afirma su deseo de convertirse en artista plástico y adopta la bohemia como rasgo distintivo.
En 1939 deja París ante la inminencia de la Segunda Guerra Mundial y retorna a Buenos Aires. Conoce a Claudine Fitte, de quien se enamora y se vuelve una influencia en su obra. A fines de 1940 retorna a Lima. Es la época de exploración y búsqueda. Trabaja en escultura y en pintura. Se vincula a los pintores independientes, los opuestos a la corriente indigenista. Esta etapa es conocida como MONUMENTALISTA (1942-1945). Juan Acha afirma que persigue ideales académicos, sus dibujos son bien delineados y los colores que utiliza son suaves. Tras un viaje por Arequipa, Puno y Cusco, pinta al aire libre acuarelas, pequeños óleos y realiza pintura clásica alegórica. A mediados de 1944 retorna a Buenos Aires e influenciado por el maestro Emilio Pettorutti adquiere un estilo geométrico y poscubista. En 1945 expone en el ICPNA sus paisajes urbanos, bodegones y retratos.
Luego se lanza a la conquista de su estilo, etapa conocida como EXPRESIONISTA (1946-1954); abandona el trazo formal y adopta uno simple pero acentuado y espontáneo, además le agrega mucho color a sus lienzos. “Exuberante y sensual”, a decir de Juan Acha, crítico y especialista de Gutiérrez. Surge la libertad en el tratamiento de su obra, todo es pasión. Pinta, a veces acompañado, con una intensidad desbordante, como si estuviera poseído por fuerzas superiores a él. Se rehúsa a usar el caballete, labora en el piso, usa espátulas y rasga sus dibujos, trabaja con los dedos. Además dibuja en paredes, servilletas, tarjetas, pañuelos, se deja llevar por el ímpetu artístico. Utiliza el rojo, el negro, el azul, el verde y el blanco como colores preponderantes. Y sus cuadros fulguran.
Los temas que pinta son diversos, como figura descollante en retratos está Doris Gibson (su musa), fundadora de la revista Caretas, con quien vive un ardoroso romance. También naturaleza muerta, flores, desnudos, autorretratos, paisajes (de Ica, fundamentalmente, a la que retorna en 1951, luego de veintiséis años).
Los temas que pinta son diversos, como figura descollante en retratos está Doris Gibson (su musa), fundadora de la revista Caretas, con quien vive un ardoroso romance. También naturaleza muerta, flores, desnudos, autorretratos, paisajes (de Ica, fundamentalmente, a la que retorna en 1951, luego de veintiséis años).
Una tercera etapa en su trayectoria es la MÍSTICA (1955-1961), y está relacionada con la obsesión de Gutiérrez por pintar rostros de Santa Rosa de Lima y el Señor de Luren, los que había empezado a pergeñar en 1953 junto al padre Guatemala, otro tema religioso. Los pinta en los más variados soportes: papel, cartón, lienzos, paredes, como en El Bar de los valientes, en el Rímac, local del que era asiduo y en el que deja su impronta.
Su última exposición individual se lleva a cabo en la peña Karamanduka de Lince en 1958. Presenta los retratos de Santa Rosa y el Señor de Luren tan afines a él en su último imaginario, acaso como sabiéndose en las postrimerías de su vida. Luis Eduardo Wuffarden, crítico especializado, opina de una de sus Santa Rosa: “una poderosa carga de misterio y cierto sentido de trascendencia emanan de esta pintura, quizá la obra religiosa más lograda del Perú contemporáneo”.
Por estos días vivía en hoteles en Lima y despilfarrando el dinero de la venta de sus cuadros en reuniones nocturnas en las que invitaba a sus amigos. Solía viajar a Ica a reunirse con su amigo Enrique Orihuela para recuperar ánimos, luego retornaba para continuar su vida bohemia. Fallece el 21 de julio de 1961 (47 años) por un problema hepático. Había muerto fiel a su estilo de vida. En medio de la fama, la creación, la diversión y convertido en mito. Sus sellos indiscutibles fueron la libertad, la espontaneidad y el genio creativo, los mismos que se perciben al admirar su obra, la obra de un grande llamado Sérvulo Gutiérrez.




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